El origen de todo

A partir de ese verano, mi vida empezó a ser una página en blanco, sin volverme a sentir una persona normal y corriente, sin sentimientos, sin alegría y sin tranquilidad de ser yo (excepto una vez).

Mi ser, había pasado a otro plano, donde no podía sentirme parte de nada. Pero aunque era lo que yo sentía, ese sentimiento de rechazo por el entorno, no era algo que me lo había sacado yo de la chistera, tiene que tener algún origen familiar. Ello era palpable en las nulas relaciones y vida social que mis padres tenían, pero… ¿Qué paso para que esto fuera así? Bueno, puede haber una razón de peso que justificara estas ideas y comportamientos.

El fatídico suceso

Para ello nos tenemos que ir al 11 de diciembre 1974. Estando ya en los últimos años de la dictadura de Franco, en el País Vasco había un sentimiento entre sufrimiento, opresión, ganas de libertad, independencia y de alguna manera, el no querer sentirse un pueblo pisado y oprimido por el régimen español, por lo que todo lo que tuviera que ver con lo español, era sinónimo de opresión, fascismo y odio.

La familia de mi padre, para escapar de la pobreza y querer un futuro mejor para ellos, se movieron desde Salamanca a un pueblo vasco por motivos de trabajo. Todos los cambios no son fáciles y mucho menos cuando el padre de familia, es nada más y nada menos que un Guardia Civil, una representación de una parte de España, que por motivos laborables, se tuvieron que mudar al Pais vasco.

Sí, es como acudir a un lugar donde no vas a ser bienvenido, ya que representas una amenaza y peligro a la gente de ese lugar.

Entonces lo único que te queda es juntarte con los tuyos, con otros guardia civiles y por su puesto, no poder vivir como un ciudadano más, ya que tenías que protegerte en el cuartel, con toda tu familia y resto de Guardia Civiles.

Mi abuelo, simplemente quería una vida mejor para sus hijos y muchas veces, esto dicho por varios miembros de la familia, «sufría» maltratos por parte de mi abuela, quien tenía un temperamento, mal genio, donde nadie la podía controlar y era un total terremoto cuando se enfadaba. Muchas veces, dejaba a mi abuelo llorando por las cosas tan feas que le decía, incluso delante de mi propia madre, que en aquel entonces empezó de novia con mi padre.

Ellos se conocieron en el club de ajedrez del pueblo y mi padre, intentando amoldarse y con el paso de los años, quiso ser una persona normal y corriente, al margen de ideologías políticas. Parecía que todo iba bien, hasta que un día, ocurrió la desgracia.

El 11 de Diciembre de 1974, mi padre recibió una llamada urgente, que acudiera al hospital de inmediato, avisando a sus otros hermanos y hermanas de ello. Como he dicho, mi padre, aun no siendo el mayor, si era un poco la cabeza visible y representante de la familia.

Aquel día había una manifestación en el pueblo, donde mi abuelo, junto con su oficial de la guardia civil llamado «El chino» fueron a controlar que todo aquello estuviera en orden.

A mi abuelo no le hacía mucha gracia ir con «El chino», ya que decía que se pasaba mucho con la gente, intimidando y abusando de su posición de poder, creando aún más crispación y odio hacia él en particular y los guardia civiles en general. Tanto es así, que la gente del pueblo ya le conocían y le tenían ganas. Esa mala fama, tuvo el precio de que «El chino» fuera amenazado de muerte. Pero parecía que solo eran eso, amenazas y que no ocurriría nada más. Hasta que pasó.

Estaban ambos intentando controlar los ánimos y la tensión de aquella manifestación que parecía que se estaba tornando un poco agitada. Los gritos de «Gora ETA» se empezaban a escuchar,aquel nombre de una banda armada por la independencia de Euskadi que había empezado desde 1967 utilizando la violencia como método de respuesta y protección ante la amenaza española y la dictadura franquista.

Y aquel día aprovecharon para dar otro golpe. Entre ese ambiente de tensión, de gritos, de empujones, de un toma y daca para tener el control de la situación, donde los manifestantes se ajetreaban cada vez más, poniéndose mi abuelo y «El chino» cada vez más alerta y en tensión, soltando porrazos para intentar calmar aquello.

Pero una o varias personas salieron de aquel tumulto de gente y sin mediar palabra sacaron una pistola y acribillaron al instante, primero al «Chino» y después al que estaba por ahí con él, que en ese momento, era mi abuelo.

Muchos disparos, gritos y la manifestación salió huyendo de allí sin entender qué pasaba. Pero allí yacían dos cuerpos encharcados en sangre, que poco después los llevaron al hospital. Ahí fue cuando mi padre recibió la llamada y acudió junto con sus hermanos al hospital de inmediato. La abuela no quiso ir. Les comentaron la noticia donde todos empezaron a llorar, pero mi padre no. El quiso ver el cuerpo y los demás se quedaron fuera. El único que vio a su padre totalmente acribillado a balazos y ya sin vida, fue mi padre. Se quedó mudo. Salió de allí y se fue a casa con su madre sin mediar palabra.

Después de aquello, todo cambió. Ahora, quedarse en aquel pueblo suponía un peligro y por el atentado que habían sufrido, la familia de mi padre tuvieron la oferta de reubicarse en otra ciudad, en San Sebastián, donde la cosa estaba más calmada y podrían empezar la vida desde 0. Todos aceptaron el cambio, al fin y al cabo, fueron por el trabajo de Guardia civil de mi abuelo y ya no tenían nada que hacer allí, aparte de la inseguridad que podían sentir. Todos menos mi padre, que no quería marcharse.

Si lo hiciera, daría sentido y razón a aquellos que mataron a mi abuelo y mi padre no estaba dispuesto a ceder en ese sentido. Estaba dispuesto a aguantar e intentar llevar una vida normal, estando con mi madre de novia y quedándose en el pueblo. Mi madre por su parte, tuvo que escuchar las advertencias de su familia de que tuviera cuidado, que ahora estaba saliendo con el hijo de un guardia civil y que eso podría tener consecuencias. El peligro todavía no había pasado.

Pero apostaron por ello, por tener una vida normal, casarse, construir una casa junto con los padres de mi madre en la montaña y alejado un poco del pueblo, creandoo una familia. Pero claro, todo tiene un precio.

Nuestra familia

Al final, yo siempre me he sentido tratado, normal y corriente, con el respeto y trato que cualquier familia o ciudadano puede tener en un pueblo. Es más, con los hijos, de ese tema nunca hemos hablado en profundidad y en la escuela (O ikastola) para seguir la típica moda de los 90 y por copiar lo que hacen los demás, he escrito algún «Gora ETA» por ahí.

Porque el tema nunca se trató, ni se nos explicó lo que había pasado. Mi padre buscaba la normalidad y era lo que había conseguido en nuestra familia. Simplemente que mi abuelo murió antes de que nosotros naciéramos.

Pero claro, no puedes vivir con un acto como ese a tus espaldas y pretender que no ha pasado nada. Al ir al monte a vivir, te alejas un poco de pueblo y te creas tu micro-mundo, aislandote. Puede ser que mis padres no tuvieran miedo de salir a la calle, pero el recuerdo siempre estará ahí y sentir tranquilidad y normalidad en el pueblo donde mataron a tu padre, no tuvo que ser fácil para mi padre.

Por eso, creo que se nos «enseñó» de alguna manera inconsciente, de que la casa era un lugar seguro, pero la calle no tanto y aunque yo no lo entendía ni sabía por qué, pero lo veía en la casi nula vida social que mi familia tenía, en los advertencias de mi madre de «ten cuidado» cada vez que iba a la calle, o las prohibiciones que mis padres hacían para tenernos más tiempo en casa.

Al final, con razón o no, todo se resumía en un mensaje donde decía que «La calle era peligrosa y nuestra casa, no». Si que alguna vez mi padre se enfadó como ya he dicho porque pasaba demasiado tiempo en casa, pero era normal, porque hacía exactamente lo que mis padres hacían, como voy a salir si ellos nunca fueron un referente para que lo hiciera. Un hijo siempre ve lo correcto de lo que los padres hacen y no lo que le dicen que haga.

Y recordáis que éramos 3 hermanos? Sabéis quién ha salido el más social? El mediano, porque en palabras de mi madre, era al que menos caso le hacían, del que menos se preocupaban y porque se escaba de las prohibiciones de salir a la calle que mis padres le imponían. Sí, se escapa a la calle aunque mis padres no le dejaban. Es decir, fue el que menos expuesto estuvo a aquel mensaje de que la calle era peligrosa.

 

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